La próxima semana se celebra el IV Congreso de la Naturaleza de la Región de Murcia, que organiza la Asociación de Naturalistas del Sureste. Se realizará en el CEMACAM de Torre Guill, co-organizador del evento, y colaboran en el congreso la consejería de Agricultura y Agua, la Universidad, el ayuntamiento de Murcia y el colegio de Biólogos.
Hace ya cuatro años desde que Anse organizó su tercer congreso de este tipo. En aquella ocasión -fui testigo- el nivel de los trabajos y los debates fue excelente y estoy seguro de que en esta edición será lo propio. A las puertas del cuarto congreso es interesante repasar las conclusiones del tercero, que se pueden encontrar en la página web de la asociación, para comprobar cuánto se ha hecho pero cuánto queda por hacer en materia de estudio y, sobre todo, de conservación de la biodiversidad.
Esta inminente nueva edición del Congreso de la Naturaleza de la Región de Murcia tiene, además, una peculiaridad, y es que se ha ampliado la temática para que no sólo se traten los temas de naturaleza de la Región de Murcia sino también los del Sureste Ibérico para lo que se ha incluido a investigadores de otras comunidades autónomas en el comité científico del congreso y se esperan comunicaciones y ponencias de este más amplio ámbito geográfico.
Lo que está claro es que nunca será poco lo que se estudie y se debata sobre la conservación de la naturaleza en nuestra región y en el sureste ibérico. Nuestra área geográfica, tan cargada de contrastes y bellezas, es un verdadero y frecuentemente desconocido crisol de la biodiversidad. Y es preciso partir del conocimiento de que nuestra geografía es tan diversa como frágil y voluble, y que la degradación ambiental y la pérdida de biodiversidad son fantasmas que están a la espera de que nos equivoquemos en nuestros proyectos, de que nos pasemos de agresivos con la tierra, para asestar el zarpazo. Por eso, en la Región de Murcia debe de tomar cuerpo en la práctica lo que en la teoría ya es evidente: que la política ambiental supera el tópico de que el desarrollo económico y la conservación son conceptos reñidos, y que en cualquier caso la sostenibilidad y la conservación de la naturaleza son obligaciones ineludibles de políticas que quieran ser mínimamente inteligentes.
Sin duda una región como la nuestra, inmersa en un momento de desarrollo con todas sus luces y sus sombras, que ocupa un espacio administrativo uniprovincial y de medio tamaño relativamente abarcable para gestionar, ubicada en un geográfico lugar tan agradable como ecodiverso, frágil y estratégico, requiere de una política ambiental y del territorio particularmente potente y decidida.
El caso es que, con lo que cae, con las amenazas -y también las oportunidades- que planean sobre la biodiversidad y sobre los paisajes tradicionales que la sustentan, las iniciativas como las del congreso de ANSE suponen un soplo de viento fresco procedente de la sociedad civil, que no puede sino animar a las Administraciones y al resto de la sociedad a arrimar el hombro para un objetivo tan posible como sugerente: la conservación de la naturaleza.
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